La verdadera historia del robo del siglo.

En la madrugada del jueves 27 de agosto de 1963, un tren avanza en la madrugada. Se encuentra a 64 kilómetros de Madrid. De pronto, el maquinista alcanza a observar una señal roja de peligro en el paso a nivel ubicado en Guadalajara.

El expreso detiene su marcha. Miguel Ortega, asistente del maquinista, consulta su reloj. Son las 3:06 de la madrugada. Apegado al reglamento, desciende de la locomotora y se dirige al poste ubicado cerca del paso a nivel con el propósito de comunicarse por el teléfono de emergencia para saber los motivos de la señal de detención.

En el camino se tropieza con la señal roja que apunta al tren. No es la señal reglamentaria. Es una simple linterna roja. A su lado, observa que está funcionando la verdadera señal verde, pero no se puede ver porque está cubierta con un guante de cuero.

Ortega toma el teléfono, pero los cables han sido cortados. De improviso, dos hombres surgen de la oscuridad y lo conminan a permanecer en silencio a cambio de su vida.

Al regresar a la locomotora, observa que su jefe, el maquinista, también está bajo control. El silencio es roto por el chasquido de las esposas con las que se unen la mano izquierda del maquinista con la derecha de su ayudante.

Mientras tanto, los cinco asaltantes, cubiertos sus rostros con medias de mujer, revolotean alrededor del tren con la armonía de un enjambre de abejas. Cada quien sabe lo que debe hacer y lo ejecuta con absoluta precisión.

Los bandidos desenganchan el tren, a la altura del segundo y el tercer vagón. Atrás, dentro de sus vagones, los empleados de correos continúan clasificando la cartas, sin darse cuenta del asalto. Adelante, la locomotora y los dos primeros vagones arrancan y circulan desde el paso a nivel de Guadalajara hasta el pequeño puente de Azuqueca de Henares que remonta la vía férrea sobre una solitaria carretera. Allí se detienen.

Debajo del puente esperan dos camiones de tipo militar y tres automóviles con las luces apagadas. Ciento diecinueve bultos llenos de billetes caen pesadamente desde el puente hasta la carretera.

Terminada la maniobra, el maquinista y su ayudante son arrojados entre los bultos de correspondencia del primer vagón. Los bandidos se despiden en voz baja. Deben guardar silencio durante la próxima media hora. Cuando se escucha el arranque de los vehículos consultan de nuevo su reloj. Son las 3:27.

Se acaba de consumar el primer asalto en los 125 años del Tren Correo en España, sin disparar un tiro.

La magnitud del robo es espectacular. Los ladrones se alzaron con once toneladas en billetes viejos que el Banco de España había enviado desde Barcelona a Madrid.

Tres semanas más tarde, en una extraña demostración de ética profesional, uno de los ladrones envió a la prensa la siguiente carta:

Muy señor mío: Con respecto al robo del tren, tenemos que protestar por la falta de honradez de algunos altos funcionarios. Alguien reclama 500 millones de pesetas a las compañías de seguros. Para su información y la de cualquier otro interesado, el total obtenido en esta operación fue de 462.353.300 pesetas. Un saludo, Carlos.

Después de leer la carta, dos preguntas aparecen: ¿cuántos euros son 462 millones de pesetas de 1964? La respuesta sería el equivalente a unos diez millones de euros.
Y la segunda pregunta es: ¿Quién era ese misterioso Carlos que firmaba aquella carta?

Ese misterioso Carlos era el segundo hijo de un carpintero que vivió todo su vida en Torre de Miguel Sesmero. Carlos Muñoz nació el 23 de enero de 1933 y, con apenas 16 años, marchó a Madrid para buscarse la vida dadas las escasas oportunidades que disponía en su pueblo. En Madrid comenzó a cometer pequeños delitos para sobrevivir hasta que fue detenido y encarcelado. Carlos, entonces un ladrón de poca monta, mientras se encontraba encarcelado en la prisión de Carabanchel, conoció a otro recluso que le habló sobre el traslado de dinero que realizaba el Banco de España en trenes secretos de madrugada entre Barcelona y Madrid.

Cuando salió de prisión, Carlos Muñoz, al que todos llamaban el Torreño, se trasladó a Barcelona donde comenzó a seleccionar a los socios que necesitaba para llevar a cabo su plan. Ya había reclutado a Emilio Contreras, Andrés Urtubi y Jacinto Gómez, cuando se encontró por casualidad a un antiguo compañero de robos, José Recio.

Tras pasar un tiempo en prisión por delitos menores, Recio se había trasladado a vivir a Barcelona, donde parecía haberse reinsertado. Había montado una zapatería, se había casado y esperaba su primer hijo. El Torreño necesitaba las dotes de mando y los contactos de Recio por lo que le contó a éste sus planes y le ofreció dirigir la operación. Recio aceptó unirse a la banda y tras reclutar al resto del personal, se trasladaron al que sería su cuartel general, una casa de campo que habían alquilado cerca del lugar donde tendría lugar el asalto.

Después del robo, toda la policía de España los estaba buscando y no tardaron en encontrarlos. Hubo un objeto que fue determinante en la identificación y posterior detención del grupo de asaltantes: un Monopoly. Según parece, mientras permanecieron escondidos los primeros días, los ladrones jugaron al Monopoly con dinero de verdad en la casa de campo. Habían dejado sus huellas dactilares en el tablero, lo que permitió a los investigadores identificar y detener a casi todos los miembros del grupo.

El juicio a los ladrones se inició en Madrid el 20 de enero de 1964 y duró 51 días. Todos recibieron condenas de más de 30 años de prisión. Las condenas fueron tan altas porque el dinero nunca pudo ser localizado.

Carlos Muñoz y José Recio, que habían sido juzgados y encarcelados en 1964, se fugaron de la cárcel al poco tiempo de ingresar en una visita rutinaria a los juzgados.

José Recio tras pasar por Francia, Bélgica y Alemania logró llegar hasta Brasil, donde permaneció huido 31 años, convirtiéndose en uno de los fugitivos más célebres de España. En 2001 regresó voluntariamente y fue inmediatamente detenido. Tras pasar unos años en prisión fue liberado debido a su avanzada edad. Falleció el 18 de diciembre de 2013.

Carlos Muñoz, el Torreño, después de escapar de la cárcel, huyó a París, donde se cree que se hizo la cirugía estética. Con un nuevo rostro y toda la vida por delante, no se volvieron a tener noticias de él, ni de los más de 5 millones de euros que se llevó.

Algunos dicen que Carlos Muñoz regresó a España. Algunos aseguran que el Torreño regresó a su pueblo de nacimiento. Algunos están seguros de que el Torreño es ese viejo solitario que vive desde hace diez años en esa casa tan grande que hay en el Camino de Santa Marta. Pero, hasta ahora, nadie se ha acercado a preguntárselo. Aunque los más viejos del pueblo están convencidos de que, sin ninguna duda, ese viejo solitario, que no habla nunca con nadie, no puede ser otro que el Torreño.

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